Pálido y parpadeo adentro en la ribera
por María Gerrieri
Vi la paleta de Inés.
La que ella usa para mezclar los óleos.
Cada persona que pinta tiene la suya propia, o tiene varias. Perennes o pasajeras. Siempre limpias o con costras. Con un orden cromático académico o un orden de otra especie.
¡Qué íntimo y personal es ese objeto! Lo que sucede en ese espacio es siempre particular, y una extensión de la cabeza.
Mapa, diagrama, plan de color.
Un lugar para la blandura, donde se mueve la pintura antes de quedar rígida y quieta afuera.
Pintar como un ida y vuelta entre la distribución de los matices y lo informe que muta sobre la tela.
Cuando vi la paleta de Inés Beninca pensé que era una paleta hecha de mármol, esa idea de lo eterno.
No era de eso.
Es de ahora.
Es un plástico liviano al que Inés le suma tiempo.
Pequeña, un poco miniatura o alhajero que reposa sobre una mesa larga entre montículos de telas. Es algo corpóreo con hendiduras recubiertas de materia blanquecina. Una cosa transportable. Un objeto del tamaño propicio para meterlo en el bolsillo de un saco como quien lleva consigo un estuche de sombras para ojos. Luces y tonalidades del tamaño de la mano.
De esa cantera lívida y amoratada salen obras que son esquinas, bordes, orillas. Áreas de encuentros y de separaciones. Superficies que se rozan. Espacios geográficos delimitantes donde el color está en la acción de imaginar, y la imaginación en el terreno de los detalles.
Los tonos de sus pinturas ensanchan el espacio. Crean geografías y armonías. Una atmósfera y graduaciones de climas. Zonas veladas, lugares donde el calor se intensifica y brilla. Aire y vientos.
Como cuerpos convexos que tienen su llanura en las paredes, las pinturas de Inés crecen hacia dentro del espacio en el que estamos. Son ondulaciones de geopoesía que se acerca.
Maria Guerrieri - Junio 2021
02 DE JULIO 2021 - 27 DE AGOSTO 2021
Pálido y parpadeo adentro en la ribera
por María Gerrieri
Vi la paleta de Inés.
La que ella usa para mezclar los óleos.
Cada persona que pinta tiene la suya propia, o tiene varias. Perennes o pasajeras. Siempre limpias o con costras. Con un orden cromático académico o un orden de otra especie.
¡Qué íntimo y personal es ese objeto! Lo que sucede en ese espacio es siempre particular, y una extensión de la cabeza.
Mapa, diagrama, plan de color.
Un lugar para la blandura, donde se mueve la pintura antes de quedar rígida y quieta afuera.
Pintar como un ida y vuelta entre la distribución de los matices y lo informe que muta sobre la tela.
Cuando vi la paleta de Inés Beninca pensé que era una paleta hecha de mármol, esa idea de lo eterno.
No era de eso.
Es de ahora.
Es un plástico liviano al que Inés le suma tiempo.
Pequeña, un poco miniatura o alhajero que reposa sobre una mesa larga entre montículos de telas. Es algo corpóreo con hendiduras recubiertas de materia blanquecina. Una cosa transportable. Un objeto del tamaño propicio para meterlo en el bolsillo de un saco como quien lleva consigo un estuche de sombras para ojos. Luces y tonalidades del tamaño de la mano.
De esa cantera lívida y amoratada salen obras que son esquinas, bordes, orillas. Áreas de encuentros y de separaciones. Superficies que se rozan. Espacios geográficos delimitantes donde el color está en la acción de imaginar, y la imaginación en el terreno de los detalles.
Los tonos de sus pinturas ensanchan el espacio. Crean geografías y armonías. Una atmósfera y graduaciones de climas. Zonas veladas, lugares donde el calor se intensifica y brilla. Aire y vientos.
Como cuerpos convexos que tienen su llanura en las paredes, las pinturas de Inés crecen hacia dentro del espacio en el que estamos. Son ondulaciones de geopoesía que se acerca.
Maria Guerrieri - Junio 2021
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