Intervalo de confianza
por Camila Carella y Verónico Gómez
Hay un abedul en la cocina. La copa entró con la fuerza de un ciclón por la ventana. Hojas y ramas se metieron entre las rejillas de las hornallas. Pedazos de corteza se fundieron con el piso calcáreo, los vidrios y la mesada. Con la fuerza del retorno de un búmeran, un abedul se metió por la ventana.
Antes había ruido y ahora no se escucha nada. No se quebró a la mitad, se abrió la tierra y con la raíz pivoteó por la ventana. Treinta metros de corteza desparramada.
Afuera, la llovizna se precipita en ráfagas. Algunas gotas se escurren hacia adentro, al descanso prisionero de la estática. La cafetera está encendida y el mantel aún huele al vapor perfumado de la plancha.
De repente la copa del abedul deja de estar paralizada. Es suave, lo primero que vuelvo a escuchar, el sonido del amontonamiento de la hojarasca. Cenicientas, una tras otra se lanzan al diseño romboidal negro y blanco de las cerámicas. Decido acercarme y extender mi mano en un intervalo de confianza. Una presencia imprevista me hiela la cara.
Con las palpitaciones aceleradas retrocedo hasta el marco de la puerta. Observo lo que volvió gris el aire, las tulipas, el juego de mesa y sillas cromadas. Intento girar, darle la espalda. Pero me habla:
Disculpeme si la asusté…es el traje…pero todavía soy humana. Me voy a sentar un ratito acá, sobre este montoncito de hojas. Permiso. Siempre me gustaron las cocinas, aunque pasan cosas terribles en ellas ¿verdad? una hornalla mal cerrada y… paf! colapso de oxígeno. El gas es tan silenciosamente letal que han tenido que ponerle olor para avisarnos. Familias alrededor de una mesa con las miradas en blanco, quemaduras, frascos rotos, astilla de vidrio, alimentos vencidos en la heladera… ¿Se dio cuenta que es el lugar de la casa donde hay más armas? También hay gente que está muy triste y mete la cabeza adentro del horno. Y están todos esos productos de limpieza que dejan las cosas más blancas, desmemoriadas… ¡aquí no ha pasado nada! Ojo, también pasan muchas cosas buenas en la cocina, como el caramelo para el pochoclo o un bizcochuelo creciendo esponjoso en el calor. Yo hace un montón que no tengo una cocina, de donde vengo todo era un solo ambiente y comíamos de envases en estanterías. Por eso me voy a quedar un ratito acá, en este colchoncito crujiente. ¡Estoy tan cansada! Parezco una niña pero tengo un alma de 150 años! Las almas viejas son muy pesadas, sabe? Una vez robé un changuito de un supermercado sólo para poner mi alma ahí a rodar… la gente no sabe que se puede poner el alma en un changuito de supermercado… Me creció otra alma, así que tuve que dejar el changuito abandonado en una estación de servicio, porque con dos almas no podía. Bueno, si no le molesta voy a dormir un ratito acá, cierre bien la ventana, no sea cosa que le entre otro árbol o alguna cosa peor. Después le ayudo a limpiar un poco este desastre. Ah, le aviso que el color le va a quedar así, todo medio gris, lleva un tiempo pero se va a acostumbrar.
Como su alma, en el lugar del árbol caído creció otro árbol. Una vez más, un abedul, pero esta vez, empinado, inmóvil, y las hojas plateadas. Volví por la noche y lo vi, reluciente. La niña en la cocina seguía acurrucada. La alcé, la besé y la senté con los otros comensales y serví carne con ensalada. Más tarde nos deslizamos por el tronco de la cocina, como un tobogán astillado, hasta sangrar emocionadas. Nos vendamos, tomamos una aspirina, y volvimos a la cama.
Texto por Verónica Gomez y Camila Carella.
11 DE MAYO 2021 - 25 DE JUNIO 2021
Intervalo de confianza
por Camila Carella y Verónico Gómez
Hay un abedul en la cocina. La copa entró con la fuerza de un ciclón por la ventana. Hojas y ramas se metieron entre las rejillas de las hornallas. Pedazos de corteza se fundieron con el piso calcáreo, los vidrios y la mesada. Con la fuerza del retorno de un búmeran, un abedul se metió por la ventana.
Antes había ruido y ahora no se escucha nada. No se quebró a la mitad, se abrió la tierra y con la raíz pivoteó por la ventana. Treinta metros de corteza desparramada.
Afuera, la llovizna se precipita en ráfagas. Algunas gotas se escurren hacia adentro, al descanso prisionero de la estática. La cafetera está encendida y el mantel aún huele al vapor perfumado de la plancha.
De repente la copa del abedul deja de estar paralizada. Es suave, lo primero que vuelvo a escuchar, el sonido del amontonamiento de la hojarasca. Cenicientas, una tras otra se lanzan al diseño romboidal negro y blanco de las cerámicas. Decido acercarme y extender mi mano en un intervalo de confianza. Una presencia imprevista me hiela la cara.
Con las palpitaciones aceleradas retrocedo hasta el marco de la puerta. Observo lo que volvió gris el aire, las tulipas, el juego de mesa y sillas cromadas. Intento girar, darle la espalda. Pero me habla:
Disculpeme si la asusté…es el traje…pero todavía soy humana. Me voy a sentar un ratito acá, sobre este montoncito de hojas. Permiso. Siempre me gustaron las cocinas, aunque pasan cosas terribles en ellas ¿verdad? una hornalla mal cerrada y… paf! colapso de oxígeno. El gas es tan silenciosamente letal que han tenido que ponerle olor para avisarnos. Familias alrededor de una mesa con las miradas en blanco, quemaduras, frascos rotos, astilla de vidrio, alimentos vencidos en la heladera… ¿Se dio cuenta que es el lugar de la casa donde hay más armas? También hay gente que está muy triste y mete la cabeza adentro del horno. Y están todos esos productos de limpieza que dejan las cosas más blancas, desmemoriadas… ¡aquí no ha pasado nada! Ojo, también pasan muchas cosas buenas en la cocina, como el caramelo para el pochoclo o un bizcochuelo creciendo esponjoso en el calor. Yo hace un montón que no tengo una cocina, de donde vengo todo era un solo ambiente y comíamos de envases en estanterías. Por eso me voy a quedar un ratito acá, en este colchoncito crujiente. ¡Estoy tan cansada! Parezco una niña pero tengo un alma de 150 años! Las almas viejas son muy pesadas, sabe? Una vez robé un changuito de un supermercado sólo para poner mi alma ahí a rodar… la gente no sabe que se puede poner el alma en un changuito de supermercado… Me creció otra alma, así que tuve que dejar el changuito abandonado en una estación de servicio, porque con dos almas no podía. Bueno, si no le molesta voy a dormir un ratito acá, cierre bien la ventana, no sea cosa que le entre otro árbol o alguna cosa peor. Después le ayudo a limpiar un poco este desastre. Ah, le aviso que el color le va a quedar así, todo medio gris, lleva un tiempo pero se va a acostumbrar.
Como su alma, en el lugar del árbol caído creció otro árbol. Una vez más, un abedul, pero esta vez, empinado, inmóvil, y las hojas plateadas. Volví por la noche y lo vi, reluciente. La niña en la cocina seguía acurrucada. La alcé, la besé y la senté con los otros comensales y serví carne con ensalada. Más tarde nos deslizamos por el tronco de la cocina, como un tobogán astillado, hasta sangrar emocionadas. Nos vendamos, tomamos una aspirina, y volvimos a la cama.
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